jueves, 6 de agosto de 2009

PRIMER CAPÍTULO DE LA NOVELA " DEL TOSTADO HABITANTE DE ETIOPÍA"

Del tostado habitante de Etiopía

por David Alberto Fuks

A la memoria de mi padre León (Leib Arieh Hacohen) Fuks


Por todas calles número infinito
de ilustre juventud a los cuarteles
correr se ve, llevando tras su brío,
tras su heroico valor, tras su entusiasmo,
al natural, al cuarterón y al hijo
del tostado habitante de Etiopía
Vicente López y Planes


CAPÍTULO I


El rencor es el fracaso de la memoria .El odio retorna siempre del mismo modo, con la misma idéntica tonalidad y pobreza de sentido. El rencor es una producción en serie fordista que impide imaginar diferentes venganzas por diferentes motivos respecto de un hecho que se presentifica gelificado. El rencor es un matón que disuade a la multiplicidad. Su salario de mercenario es la postergación de la angustia creativa. Desvela. Expulsa la imaginación. Imaginar , planificar diferentes muertes u otras desgracias del ser odiado solo puede servir para ponerlas por escrito en un taller literario o ejecutarlas hasta las últimas consecuencias.
-¿Sabía Ud. que alimentando a las hormigas culonas con una mezcla de coco rallado y crema de bismuto de inmediato quintuplican su tamaño y se tornan comestibles ? .
Vozarrona la voz de Sabiausted sacudió una vez más a los pasajeros, pero entonces yo no lo conocía sino por la anécdota de cuando, desafiante, le había tocado el culo a una muda, especulando con que ésta no se iba a quejar pero el escándalo fue mayúsculo y Sabiausted terminó preso y golpeado por casi todos los viajeros del 3/4, mientras aullaba "Todos apetecemos un cuerpo más grande y orbital que el estómago de un gigante maloliente y pérfido ".Descienda por atrás, descienda por atrás. Sube la vendedora a beneficio del hospital con su corrido mexicano de palabras. Son fotos simpáticas, manoseadas pero inalterables: niños rosados que emergen de verdes repollos. Un peso. Se advierte el nervioso movimiento de la pareja del último asiento. Se inicia el reparto mano a mano, falda a falda. Circulan las fantasías de contagio. Nadie las toca salvo la pareja del nervioso movimiento .Son conspiradores profesionales. Proceden con premura foto duplicando con la portátil. Diez tríos de niños rozagantes en sus repollos verdes emergen pálidos de sus máquinas. Cincuenta centavos. A cincuenta centavos. Mitad de precio. A mitad de precio de la oferta de la señorita y se lleva la simpática tarjeta. Es inmoral, susurran, ilegal, déme dos. Un momento grita el guarda y comienza a ofrecer reproducciones en óleo de aquellos mismos niños en sus repollos, recién hechas, cuidado con mancharse, pueden pagarla en dos veces. Tengo el video de las tarjetas vocea el joven de mi izquierda. Se trata del backstage de la sesión fotográfica que muestra el trágico accidente acaecido al niño del medio. La filmación es una promoción de la empresa Warner quien asignó a la familia de la víctima el cincuenta por ciento de la recaudación .Se obsequia la lujosa caja para regalo. Acepto tarjeta. Yo también. Comienza pasearse el cuarteto de vendedores atascando los pasillos. Escenas de irritación y luego trompis y magulladuras. Imágenes de niños y repollos por el piso.
-Sabía ud. que cuando una bella mujer muere a cielo abierto en pleno campo las primeras depredadoras que la visitan son las abejas que, primero, consumen la cera de sus oídos y luego los restos de su flujo vaginal.Las mieles que con ello elaboran conjuran el mal de amores.
Los primeros negros que ví en mi vida eran parte de la banda de bailarines candomberos que
acompañaban a Alberto Castillo y su orquesta típica.
Ellos atravesaron con dificultad la muchedumbre transpirada , agolpada frente al Club Huracán de Capitán Bermúdez en aquel verano de 1956.No obstante haber cumplido yo apenas seis años ,el mundo africano ya había logrado fascinarme mediatizado por las imágenes hollywoodenses de los films de Tarzán , por las ilustraciones de las historietas de Jim de la Selva y por la serie Bomba de la Editorial Jackson.
Recuerdo, por esos años haber sentido dos extrañas sensaciones de excitación sexual : la primera en ocasión de ver en el viejo Cine “Juan Ortiz” a “ Tarzán y las Amazonas” ,y la segunda ,al presenciar La Danza del Fuego ,por el conjunto de danzas españolas del Club.
Desde esa noche ,al contemplar el fulgor de los braseros llameantes y los cuerpos transpirados envueltos en velos transparentes, arriesgándose frente al peligro de las flamas que amenazaban con abrasar el cuerpo de la bailarina solista ,cuyo nombre ya he olvidado, experimenté la sensación de ser su cautivo. Desde esa noche fui su cautivo. Su melena negra y extensa era opulenta y sus enormes ojos, obscuros y luminosos a la vez, tenían el suficiente vigor para iluminar mis pedacitos de noche antes de conciliar el sueño.
Cuando ella entraba al negocio de mi padre yo me calzaba en el cinturón de la cartuchera todos los revólveres Rebo que pudiesen entrar en el contorno de mi cintura, luego me trepaba a algún mostrador y desde allí saltaba a algún voluminoso fardo de mercadería recién llegada desde Buenos Aires. Culminaba mi espectáculo gritando auxilio mientras me despeñaba por la peligrosa montaña de arpillera, mirando por el costado para verificar si ella lo había presenciado todo. Muchos años más tarde recordando estos sucesos pude darle sentido a esa inexplicable sensación, fuertemente inscripta en mi memoria y advertír que , debajo de mi ostentosa exhibición de armas de cebita ante mi excitante bailarina adolescente yo ocultaba una erección.
Los primeros negros con quien dialogué en mi vida fueron un vendedor de tamborcillos del aeropuerto de Dakar y mi acompañante en el vuelo Dakar-Paris con quien intercambiamos presentes (Ya no recuerdo lo que le dí pero él me regaló un cortaplumas que durante mucho tiempo mostré neciamente como un auténtico objeto artesanal senegalés hasta que comprobé que era un producto masivo asiático).
Al llegar a Paris , enfervorizado por las lecturas de Jeune Afrique y por algunas copas de whisky, monologué hasta el hartazgo, en un pequeño pub del Quatier Latin con mi ocasional compañero de barra que me exigía bajar la voz y miraba inquieto hacia los costados cada vez que yo vociferaba la palabra antiimperialismo. Recuerdo mi desconcierto: yo venía de sufrir el silencio que imponía la dictadura y con deseos de hacer trizas ese silencio pero los tics persecutorios del africano no se correspondían con los principios de la Revolución Francesa. La embriaguez me había hecho olvidar aquello que el africano conservaba grabado a fuego en su propia historia, esto es que estábamos pisando la metrópolis de un imperio colonial.
El primer judío etíope que conocí se llamó
Abraham,era un nuevo inmigrante que habitaba el Centro de Absorción del Kibutz Guiv’at Oz. En un idioma hebreo más rudimentario que su inglés me explicó que en Addis Abebba había trabajado como portero de una discoteca y luego me mostró una foto en la que aparecía montado sobre una motocicleta japonesa de alta cilindrada . Nuestros diálogos fueron breves y la relación se interrumpió al poco tiempo. Nada más alejado de la imagen bucólica de un falasha habitante del lago Tana .

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