jueves, 6 de agosto de 2009

DESPLIEGOS Nº 2 : EL EXTRANJERO. UNA CREACIÓN DEL XENÓFOBO (1ª PARTE)

EL EXTRANJERO. UNA CREACIÓN DEL XENÓFOBO (1ª PARTE)
JACQUES HASSOUN
“Yo he nacido en el extranjero”. . . nacer en el extranjero, en lo diferente ,es una prueba de la cual ningún sujeto puede escapar. El proceso mismo de subjetivización releva de este encuentro con el Otro, el primer Otro sin el cual el acceso al Yo es imposible. Pero el tiempo es lento para que esta alteridad pueda ser percibida por el sujeto. Mucho tiempo, el niño puede imaginar, y él nos hace creer en su literalidad este imaginario, que esta diferencia es a penas distinta de aquella que diferencia un clon de otro. De este período puede persistir en el sujeto el vértigo, el deseo de no ser igual pero parecido al otro. Ser diferenciado depende entonces de una tensión que el sujeto no terminará de asumir en su vida, creyéndose despojado de todo lazo de alteridad. Un paso de más y él tendrá la convicción de que podrá trabar verdaderas relaciones sólo con aquellos que él reconozca o imagine reconocer como absolutamente parecidos a él, como "iguales” para sintetizar.
Sin embargo este “entre-nosotros” puede volverse muy rápidamente sofocante para aquel que sueña con ser sólo la parte de un todo. Entonces, a semejanza de esos japoneses que se entregan a un verdadero delirio antisemita sin haber visto jamás un judío, ellos crean el extranjero allí donde no se animan imaginar que ellos podrían chocarse con la nada. Esta manera de “dar a luz”al extranjero volverá pues a tentar salir de un encerramiento voluntario. Otra manera de escribir la servidumbre, que sería una muestra de la mejor comicidad si no fuese tan trágico.
Es así como el 14 de julio de 1938 apareció en Il Giornale d’Italia un documento titulado “El fascismo y el problema de la raza (Manifiesto por un racismo científico):
“1. Le razze umane esistono
3. Il concetto di razza è concetto puramente biologico
4. La popolazione dell’Italia attuale è nella maggioranza di origine ariana e la sua civilità ariana
6. Esiste ormai una pura “razza italiana”
9. Gli ebrei non appartengono alla razze italiana.
El estilo pomposo de esta declaración tendría elementos para hacernos reír. Y Charles Chaplin , en El Gran Dictador, no perdió la oportunidad de hacerlo, al mostrarnos a Benito M. rivalizando con su cómplice Adolf H. , cuyo delirio racial asesino es también ridículo.
En el caso de Italia inquieta. Por reunirse con su vecina germana era preciso que el conjunto de los habitantes de la península (desde Tessin a Calabria y de Venecia a Sicilia) reagruparan una multitud de pueblos de orígenes manifiestamente diferentes, sean reducibles a una raza o sino sean excluídos de uno de los grupos “judíos” más asimilados de Europa, el grupo hebraico cuya presencia en Italia desde la época romana está testificado y a quienes en este documento se elevara al status de raza.
Este pensamiento donde el Uno (italiano-ario), siempre falso, se opone al Uno (hebraico) también ficticio es temible. Esto es lo que impone el deseo de Uno solo a todos. Ello representa el pensamiento de exclusión y constituye al extranjero como ser necesario para la supervivencia del grupo. Esta ideología predica paradojalmente el fin del conflicto. Ahora bien, esta es una forma de socialización que forma parte integrante de la vida social, la cual asegura la unidad. ¿Pero cómo imaginan una sociedad sin conflicto? Masacrando los oponentes, creando pequeñas piezas en el interior mismo de la población. Un grupo que será designado como representando al extranjero inasimilable. Poco importa que numerosos judíos hayan sido miembros entusiastas del partido fascista. . . era necesario que haya habido extranjeros para constituir un grupo social cuya coherencia poco realista pudiera hacer sonreír a las generaciones futuras: el reino de los clones podrá finalmente comenzar. . . hasta que termine en muerte.
El lector podrá sorprenderse con mucha razón, sino experimentar cierta irritación al escuchar una vez más en la obra esta referencia al “judío”. Esta elección es deliberada porque sucede que el conjunto judaico ha representado, a lo largo de milenios, un ejemplo de extrema autoctonía regularmente negada por el medio. Ahora bien, es remarcable considerar que cada uno de esos grupos hebraicos cultivó, asoció y articuló a sus usos culturales y religiosos las costumbres locales. Hasta en sus rituales, cada país, cada región, a veces cada ciudad, tenía su propia liturgia directamente inspirada de los cantos eclesiásticos o populares del país en el cual sus grupos vivían; su propia judeo-lengua sirviendo de posta entre la lengua cultural y la lengua popular. De la misma manera que cada región, cada gremio poseía su lengua secreta o su dialecto, estos grupos judaicos hacían uso de la lengua vernácula contentándose con integrar, en el seno de la vida familiar, palabras hebraicas propias a los eventos del año litúrgico. Allí donde la mayoría tendía a imaginar una nación trans-fronteriza en realidad solo existía una miríada de grupos casi extranjeros los unos de los otros y solo la identidad del destino podría de vez en cuando reunirlos. Algunas veces, de la Edad Media a los tiempos modernos, estos grupos autóctonos veían de mala manera la llegada de judíos provenientes de otros países. Ahora bien, son esos mismos autóctonos cuyo apego a su país, a su príncipe y a su lengua era más notable quienes en tiempo de crisis eran considerados como extranjeros.
Su presencia y su designación se imponían entonces como necesarias.
También podemos afirmar que la insistencia de apartar, de señalar al extranjero y de desprenderlo de toda alteridad, representa uno de los parámetros mayores de la civilización y de su malestar.
Esta paradoja - crear en el seno de una nación otra a fin de denegar la alteridad - representa en un momento dado de la historia de una sociedad, una adhesión entusiasta de la masa. Al tiempo que el culto del Uno se lleva todo a su paso, el sujeto se deshace de aquello que constituye su subjetividad, la alteridad, para fundirse con deleite en la multitud. Convertido en un elemento entre otros, casi intercambiable, testimonia con su entusiasmo la derrota de los lazos sociales en provecho de una alienación que lo hace descubrir que para él lo único posible es reductible a su imagen desmultiplicada al infinito. Es entonces que busca desesperadamente un extranjero para asediar y destruir. Este instante -cuando la imagen se oculta, cuando el espejo se despuebla - es el momento de una pasión narcisista. A menos que el sujeto, preso de la pasión de excluir, no se despierte viendo con horror que ésta imagen de él mismo , que tanto había amado por su identificación infinita, muestre súbitamente ser fea, vieja, gesticulante, monstruosa.
Esta revelación deja presagiar la llegada de aquello que Arthur Rimbaud nombra en sus Iluminaciones “el tiempo de los asesinos”.
Este tiempo representa la presencia endémica de la dificultad radical de nacer en el extranjero, de nacer en la radical soledad del sujeto.
¿Qué es lo que puede encontrar el emigrado sino reproches de sus compatriotas de ser un extranjero en su país de acogida, en este país en el cual el compartirá en lo sucesivo los usos y las costumbres, la lengua y las pasiones políticas?
Situados en la separación de una voz ensordecedora e inaudible a la vez, literalmente imposible, los unos y los otros inter-locutores, se enfrentan a una tradición: aquella que exige que el otro este claramente definido por sus insignias. . . para ser protegido o excluido, pero siempre distinguido.
Con una regularidad remarcable esta exigencia reaparece e impregna con su existencia la historia y el mito. Periódicamente, el extranjero es citado en los papiros y los pergaminos, en las inscripciones y los ritos funerarios, en las vociferaciones y los cuchicheos. (continuará)
Traducción: Patricia Susana Dubner

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