jueves, 6 de agosto de 2009

DESPLIEGOS Nº 4 : Las Arrugas de Leibniz: Deleuze y el Barroco.

El artículo que a continuación publicamos probablemente suscitará polémica entre nuestros lectores.Es por ello que invitamos a quienes lo deseen a dialogar con su autor, acercándonos para el próximo número el resultado de las reflexiones que seguramente Palomo Lamarca estimulará
Las Arrugas de Leibniz: Deleuze y el Barroco.
Antonio Palomo-Lamarca
Dentro de la tradición moderna -o más bien post-moderna, de la filosofía francesa, tenemos a Gilles Deleuze quien varias veces nos ha deleitado con sus pensamientos barrocos sobre los variopintos filósofos. Conocida es sobremanera su obra sobre Nietzsche, sobre Kant y, finalmente sobre Leibniz, a quien le salieron las arrugas tras soportar cual palo de paso de semana santa, la interpretación deleuziana sobre su obra. Dicho en breve -pues a buen entendedor pocas palabras le basta y, son muchas las que les aturde, el filósofo francés no sólamente ve la obra leibniziana como una amalgama de prístinas arrugas, sino que además supone al filósofo alemán el bastón moisaico del Barroco. Mi sentimiento es que nada es más ajeno de la mente del filósofo alemán que ver su obra repleta y completa de arrugas- mucho menos afrancesadas. Siento de nuevo breve -pues la brevedad es asunto de sabios, Deleuze ve en Leibniz una figura esencial del Barroco, y en cuya filosofía se pueden palpar las arrugas artísticas que tanto caracterizan al período barroqueño de su época. Su piedra de toque, a instancias de Deleuze, es la filosofía matemática y la física de Leibniz, las cuales están repletas de pliegues, curvaturas y puntos indefinidos e infinitos. Seguidamente, Deleuze recoge toda esta tradición de creación propia en su obra traducida al castellano como El Pliegue. El argumento rey de este reinado es que, si las iglesias y los cuadros barrocos son vistos con detenimiento es esencial prestar atención y contemplar cierto estilismo, en y para el cual un elemento capital siempre se repite: la curvatura y el pliegue. Deleuze, con toda su prosa cadente y cansina transloca este modelismo dentro de las páginas del filósofo alemán y ve, que el sentido y -en cierto modo el origen, de todo este "arrugeo" está en Leibniz. Por lo tanto, y este es el "rey de los 'por los tantos', Leibniz es "el filósofo del Barroco".

Por otra parte, aunque al mismo tiempo, Deleuze ve en Leibniz una bi-partición de los elementos filosóficos de su obra. El elemento que se encarece con la materia y, aquel que lo hace con el espíritu. La materialidad de Leibniz se viene a traducir con su visión matemática del mundo y, con su -y esto es importante, conexión con aquel elemento espiritual o anímico donde habita Dios. Deleuze divide el mundo barroco en dos "pisos" -tal y como él mismo le llama-; el uno referido al plano material, al mundo corporal y perecedero y, el otro referente al plano espiritual y eterno. En el primero habitamos todos materialmente, y en el segundo donde Dios mismo dirige su obra estamos conectados por medio de nuestro conocimiento. Todo esto está muy bien, es un tema digno de mención pero nada nuevo en la historia de la filosofía y del arte. Sin embargo, lo nuevo -y aquí Deleuze sale ganando, es que nuestro pensador alemán es visto en relacción unívoca y directa con las trazas y estética barrocas. El primer y el segundo mundo (pisos) son conectados sencillamente por acción del famoso "pliegue", es decir, que no existe una separación ideal entre el mundo de Dios y el mundo de los mortales, sino que es el mismo mundo pero replegado sobre sí mismo. Todo esto, una vez más, me parece genial, una perfecta metáfora construida a base de lenguaje por el lenguaje. Como toda cosa (ente) tienes pliegues, el alma también posee sus pliegues. Obviamente es tarea del filósofo-critógrafo el descifrar tales pliegues, dice Deleuze. Si el mundo está en constante movimiento y fluyendo de todas y por todas partes, los pliegues de este universo deben de estar curvados, replegados sobre sí mismos. Si Arquímedes dijera aquello de "dadme un centro de apoyo y yo moveré el mundo", Deleuze a su modo afrancesado viene a decir lo mismo pero donde dice "centro", léase inflexión. Y es que según Deleuze, es la inflexión la que cambia la mentalidad del Renacimiento a esa del Barroco, es decir, el cambio que va desde el concepto de punto de equilibrio hacia aquel denominado punto de vista. En realidad ambos vienen a ser lo mismo pero dicho con conceptos distintos, el Renacimiento concibe ese punto de equilibrio como centro de apoyo, como centralidad dentro del universo. Así pues, es el círculo con su centro equilibrado el que rige el mundo renacentista, círculo que luego es traducido en Kepler como elipse. En el Libro I de los Elementos de Euclides, la cláusula XV nos define el círculo como “una figura plana hecha por una sola línea a la cual se llama circunferencia y, de modo que todas las líneas rectas que contienen al punto de origen la dividen en dos partes iguales.”
Euclides (siglo III A.C., aprox.). La primera edición al latín es de 1482; de 1570 es la inglesa.

Sin embargo, Deleuze dice que tal centro pasa de ser un punto a ser un vértice. En consecuencia, este vértice forma un ángulo recto que viene a dar en una curva, es decir, en la curvatura del círculo. Esta curvatura del círculo es la curvatura variable o inflexión, cuyo punto de inflexión es precisamente ese centro que une el ángulo recto. Deleuze dice que el tal centro (de toda la vida) deja de ser centro y pasa a ser vértice. Evidentemente, nosotros debemos dar por sentado que si tal es el caso, el círculo ( y esto Deleuze no lo apunta) deja de ser círculo para pasar a ser una esfera. Nuestro filósofo francés sigue apuntándonos la idea de que tal vértice (antes 'centro') es actualmente una variable desde la cual se ve el mundo y las cosas, "un vértice un función del cual veo". La afinidad de Deleuze por el lenguaje retorcido y extra-metafísico nos apela a decir que tal variabilidad, o sea, lo que fuere círculo variable o inflexión (centro), ha pasado ya en el barroco a ser punto de vista. Además, susodicho punto de vista es variable, es decir, es una potencia o, tal y como él mismo dice "potencia de serializar". Por consiguiente, éste es el primer retruecano lingüístico en el más pleno y abarrocado sentido del término: el hecho de cambiar la palabra "centro" por "inflexión" y, ésta a su vez por "punto de vista"…pero ahí no acaba todo; sino que además nos dice que incluso si tal punto de vista está fundamentado en la potencialidad -en el "seriar", no por ello es relativo. En definitiva, que lo que es variable no es relativo ni a ojos de Deleuze ni de Leibniz tampoco! Deleuze nos dice que el punto de vista parte del hecho de querer ordenar, de evidenciar su objetivo como ordenador de cosas, en palabras de Deleuze de querer "poner en series los fenómenos". A raíz de tal explicación llena de lenguaje vacío y páginas tediosas, el argumento nos viene a vislumbrar la idea de cómo y porqué Leibniz "inventó" el cálculo infenitesimal. Si Deleuze no sólamente peca de retorcido lingüístico, también lo hace al omitir la controversia exitente en relacción a quién fué el que realmente inventó las integrales, si Newton o Leibniz. Es péndulamente obvio el sospechar que Deleuze da la razón a Leibniz.
El punto de vista, ése vértice no-relativo, introduce lo que Deleuze llama con mucho acierto "perspectiva barroca", la cual nos habla de las distintas formas que vemos, formas que vienen a presentarsenos bien como anamorfosis, bien como metamorfosis. La primera, pasando de una forma caótica a una forma como tal; la segunda, dejando de ser lo que era para pasar a una forma distinta. El argumento es perfecto, pero si nos atendemos a la vida y obra de Leibniz a mi en lo personal me gustaría preguntar: ¿creen ustedes realmente que un filósofo como Leibniz, amante de las lenguas muertas y de los jeroglíficos, amante de la filosofía oculta, político y secretario de la secta de los Rosacruces, y cuya máxima preocupación además del pan diario, fué el buscar la 'piedra filosofal'…, creen ustedes que este tipo de persona se va o le va a preocupar lo más mínimo si la iglesia que está en la esquina de su casa tiene pliegues en los capiteles y que esos pliegues son innatos en todo estado de materia tanto animada como no animada?
Si el punto de vista "es una serie infinita", prosigue Deleuze, este punto de vista debe de ser acerca del mundo. Referente a todo este lío lingüístico (porque en realidad no se trata de otra cosa), yo lanzo la segunda pregunta al vacío ¿qué más da que llamemos al centro inflexión y, a la inflexión punto de vista? Puede ser que Leibniz está hablando de un mismo lenguaje pero con un punto de vista diferente. La misma cosa pero bajo conceptos distintos. Pero ahí no queda todo, lo siguiente viene introducido cuando Deleuze nos dice que tal pliegue, ese pliegue famoso que nombranos anteriormente y que está relaccionado con ambos mundos (pisos), ese pliegue actúa como una "envoltura", y que el acto de replegarse es un acto de envolverse en sí mismo, es decir, un acto tal y como Deleuze lo llama, un acto de "inclusión". De nuevo, el elemento "genético" (usando palabras de Deleuze) que une los dos mundos está incluído, replegado, o sea, es el pliegue que se repliega uniendo o mejor dicho, con propósito de unir los dos pisos o mundos: el material y el espiritual. Deleuze nos dice -y con mucha razón, que incluir es implicar y, que etimológicamente la palabra “implicar” deriva del latino implicare, el cual significa 'estar envuelto'. Detrás de tanto repliegue y tanta envoltura, nos sale a la vista que el elemento envolvente es el individuo, es decir, "el sujeto", en palabras de Deleuze "el sujeto que envuelve", "que implica". Si éste individuo o sujeto es el que tiene puntos de vista en relacción al universo, a la vida, entonces con acertada gracia decimos con Deleuze y Leibniz que "el mundo es la serie infinita de las inflexiones posibles". Con este hecho de pasar y mencionar de nuevo la palabra inflexión, Deleuze no hace sino embrollar más el asunto, pues si efectivamente como él mismo nos dice se pasó de una "geometría de la inflexión" a una "geometría de los puntos de vista", no veo cómo ahora pone en boca de Leibniz la sinonimia de inflexión y punto de vista. Esa serie infinita debe de ser variable, no constante. Esa inflexión es claramente un punto de vista pero vestido de limpio! Ahora si nosotros nos empecinamos en darle mil vueltas a la tortilla…por supuesto, tanto va el cántaro a la fuente…Deleuze dice que tal inflexión infinita pasa a ser voilá un punto singular, es decir, que nos sale ahora la idea de "singuralidad".

Seguidamente quisiera ilustrar cómo y de qué manera Deleuze se funde en el error y redes del lenguaje. Según Gilles Deleuze el pligue de tan renombrada importancia en el Barroco, es percibido en el arte como una sesión en la cual se pueden diferenciar dos pisos, dos mundos en contacto el uno con el otro que pasan desapercibidos por nuestra falta de perspectiva y conocimiento -lo cual es verdad. Empero, mi crítica se basa en el hecho de que Deleuze usa el lenguaje por la misma satisfacción del lenguaje, que sus lectores pueden pasar diez páginas y llegan a la coclusión de que el argumento principal se podría haber resumido en cinco líneas. En segundo lugar, al igual que encontramos esos dos pisos en el Barroco, en su pintura o escultura con sus pliegues, igualmente lo encontramos en el Renacimiento y, con mucha más razón en el Medioevo. Deleuze menciona a El Greco como un pintor que recoge este pliegue vertebrado, este pliegue que según Deleuze se ve perfectamente en un cuadro llamado -ejemplo de Deleuze- El Entierro del Conde Orgaz:

SE RUEGA A LOS LECTORES OBSERVAR El Entierro del Conde Orgaz. El Greco (1586)

Deleuze nos explica que en tal cuadro se pueden ver perfectamente esos dos mundos o pisos tan característicos del Barroco, el superior donde habitan las fuerzas espirituales y el inferior donde lo están las materiales. Entre ellos tenemos esa fina tela que los separa y, que está formada por lo que Deleuze llama “el pliegue”. Pero mi sospecha me asalta cuando miro uno de los cuadros más místicos de un pintor renacentista como Fra Angelico, quien también fomenta ese mismo patrón, es decir, la preocupación artística por esos dos mundos, que Deleuze llama “pisos”. El cuadro, conocido como La Coronación de la Virgen (1440-41) posee ese “pliegue” que conecta muy claramente esos dos “pisos” que, a mi parecer han sido anacrónicos desde el bajo Medioevo:

SE RUEGA A LOS LECTORES OBSERVAR La Coronación de la Virgen. Fra Angelico (1440-41)

Si nos paramos a mirar ni tan siquiera con mucha acertada atención, lo primero que notamos es claramente dos “pisos” que se conectan entre sí. El mundo de Dios y, debajo el mundo de los santos que aún están con pies en la tierra, es decir, en el mundo material. No es sorprendente el decir que todos los pintores desde la Edad Media hasta el mismo Barroco tienen un interés repetitivo acerca del misticismo, el cual, por supuesto es visto y catalogado de acuerdo a las normas culturales de la época. Ese “pliegue” del cual Deleuze habla, no es sino una invención lingüística que anacroniza una vez más los valores artísticos y filosóficos de nuestra historia. Si tomamos otro ejemplo del Renacimiento –tan supuestamente opuesto al Barroco, nos viene dado el mismo ejemplar artístico con la misma inquietud referentes al tema de la sacralidad y el “otro mundo”. Sandro Botticelli bien sería ese otro ejemplo, quien descaradamente nos traduce su inquietud cristiana en una serie de planos o “pisos” que muy sanamente pudieren ser unos “pliegues” muy barrocos:

SE RUEGA A LOS LECTORES OBSERVAR Natività Mistica. Sandro Botticelli (1500)

Pero Deleuze va más allá todavía cuando él mismo nos quiere convencer de que las mónadas leibnizianas corresponden a ciertas “celdillas” que son tan predominantes en el Barroco y, que separan esos mundos que según Leibniz habitan dentro de otros mundos. Deleuze incluso nos pone el ejemplo de la arquitectura de un compatriota suyo, Le Corbusier y no se inhibe al decirnos que no sólamente la “mónada es una celda”, sino que además es imposible comprender la monadología leibniziana si esta no es comparada con la arquitectura barroca!

SE RUEGA A LOS LECTORES OBSERVAR Convento de La Tourette. Le Corbusier (1957-1960)

Todas las pequeñas celdillas que se pueden ver son de influencia no ya barroca, sino leibniziana! Pero por otro lado, sería necesario mencionar e ilustrar que en el Renacimiento, tales celdas se pueden encontrar en la arquitectura de la época; sin más ni menos el mismo Michelangelo aplica esas divisiones en la materia en su famosa Biblioteca Laurenciana:

SE RUEGA A LOS LECTORES OBSERVAR Biblioteca Laurenciana. Salas de Lectura. Michelangelo Buonarroti (1530)

Como se puede comprobar ese tipo estilístico no era nuevo. Por supuesto tanto en la filosofía como en la literatura, así como también en las artes plásticas se introducen cambios. Evidentemente estos cambios son latentes en cada período de nuestra historia y, no se puede hablar sobre independencia intelectual, pues en cierto modo todos somos o hemos sido influidos por la época que nos ha visto nacer. Como ilación, no es factible ver cómo Leibniz va a ser el filósofo del Barroco y, cómo Bacon lo fué del Renacimiento. Por otro lado, es necesario puntualizar que uno de los pensadores que más influenció el Barroco no fue Leibniz, sino Copérnico y, que el corpus copernicano hizo su entrada en pleno Barroco aunque fuera escrito durante el Renacimiento. De esta forma, sería legítimo declarar que el edificio cultural del Barroco fué construido con las herramientas del Barroco. Es interesante mencionar la labor que tuvo Kant en este proceso de adaptación de ideas, pues él mismo inicia lo que él llama su “revolución copernicana” consistente en establecer su sistema crítico. La crítica kantiana al modelo de pensamiento del Barroco y, más concretamente al período de la Ilustración estuvo sobre todo dirigida a la metafísica leibniziana y al sistema filosófico de Wolff. En esencia, el pensamiento Barroco fué una tendencia indiscriminada –en muchos sentidos, hacia el aristotelismo y escolasticismo populares, fomentandose así una vuelta al ideal platónico de sabiduría. Si nos aprovechamos de las redes del lenguaje y, por otro lado de la plasticidad de nuestras ideas, entonces es sencillo que incluso podamos nombrar al mismísimo Quevedo o, a Cervantes como padres del existencialismo filosófico, ya que ellos hablan de valores existenciales que -entonces y también ahora, nos acechan en nuestras vidas. En verdad, no hay nada más humano que buscar un líder a quien hacerle llevar nuestras banderas o, un culpable al cual cargarle nuestras desdichas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

deja tus comentarios aca